Me despierto de golpe; algo me saltó encima. Durante un momento no me doy cuenta de qué es pero luego recuerdo que tengo una gato un poco cabrón al que le gusta saltarme encima cuando quiere algo, ya sean mimos, comer o despertarme de mi letargo. Supongo que ya es hora de levantarse, parece más tarde de lo habitual, hay demasiada luz en la vetana aunque sea gris y ténue (sí, duermo con la persiana subida, vale?). Me siento en la cama y observo a Castiel, que se ha sentado delante de la ventana y golpea el cristal con su pata. Está jugando con las gotas de lluvia que resvalan por el cristal. Sin saber porqué, me quedo embobada mirando, observando la nada. Mientras Cas sigue maullando a la ventana, yo me dejo envolver por el sonido del agua que cae con fuerza contra el cristal. Es relajante.
El piso está sumerjido en un silencio tétrico e inquietante, como en las películas después de haber muerto uno de los protagonistas o algo así. El color del cielo fuera es de un gris oscuro, mi preferido, y la lluvia cae como si no hubiera mañana, en mucha cantidad pero no demasiado fuerte. Siento que va a ser uno de esos días de pensamientos humeantes que hinundan mi espíritu mientras tomo una taza de chocolate un poco revuelto, intentando concentrarme en la lectura de algún libro que cogeré al azar de la estantería, acurrucada en el sofá y envulta en una manta.
Cuando mis ojos vuelven a enfocar me doy cuenta de que el gato se ha movido. Ahora está justo a mi lado, lo cual me hace sobresaltar. Pero a Cas se la pela y pasa delante mía metiéndome los pelos de la cola en los ojos y en la boca, como siempre, y da un salto hacia la ventana otra vez. Quiere salir. Me quedo observándolo otro minuto mientras me mentalizo de que es hora de desayunar y de que voy a tener que moverme. Mi cuerpo se balanceó hacia adelante aunque me parece que no ha sido precisamente mi cabeza que se lo ha ordenado. Ha sido más bien un reflejo. Abro la ventana tan automáticamente como el movimiento anterior pero Castiel no sale. Sin embargo el frío de la calle entra en la habitación y me corta la respiración, como cuando alguien abre la ventanilla en plena autopista y el viento te sienta como una hostia en las narices y tienes que abrir grande la boca para poder respirar. Eso mismo he tenido que hacer. Por un momento me enfado con el minino por haberme hecho abrir la ventana para nada y luego me doy cuenta de que el frío me ha hecho espabilar y se me pasa el cabreo. Lo cogo en mis brazos y me lo llevo a la cocina para darle una golosina. Con un poco de suerte eso le hará quedarse en mi regazo haciéndome de estufa mientras desayuno.
No sabes cuánto jodidamente me gustan los domingos así.

Me gusta tu gato. Aunque sea un cabrón; o quizás por eso.
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